Yo no os puedo enseñar nada, en diez días no se puede enseñar el cine, dijo el maestro el primer día. Kiarostami no ha venido a Murcia para teorizar sobre su cine aunque, seguramente, más de uno esperábamos, precisamente, eso.
Tras siete días de taller, comenzamos a entender que las enseñanzas más valiosas están precisamente en el viaje trazado junto al director. Un recorrido a través de la construcción de la historia, del cuento, como apunta él, que empieza desde el momento en el que fijamos la mirada, y aprendemos a observar. La gente normal ve, vosotros tenéis que mirar, contemplar. Efectivamente, el maestro no pierde detalle de una realidad que, a sus ojos, desprende poesía. Dejad los móviles y mirad por la ventana, decía en el autobús, acabáis de perderos una historia.
Cinco localizaciones, cinco espacios para jugar como los niños, y volcar la imaginación. Palabras que todos anotamos en nuestro cuaderno el primer día y que, ahora, recordamos en forma de vivencia. No olvidaremos a Kiarostami jugando con la cámara en la fábrica de limones, ahora encima de las cintas mecánicas, ahora bajo las cajas. No olvidaremos cómo perseguía al pastor mientras éste guiaba a sus ovejas, ni cómo filmaba a aquellas trabajadores mientras recogían la lechuga de la tierra.
Ahora sí. Aquí, tras la cámara, conocemos al Kiarostami más cercano, aquel que comparte con sus alumnos su pasión y sabiduría. Conocemos a un hombre de tímida sonrisa que, sin quererlo, nos está enseñando mucho más que el cine. Al fin y al cabo, como ocurre con sus películas, también él, cuando termina el taller, resuena en nuestra memoria.
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